jueves, 25 de junio de 2020

"Mi pequeño prado verde"

- Premio Concurso "Relatos de un confinamiento" (Modalidad B) -

Corría por un prado, tan grande que al mirar al horizonte sólo alcanzaba ver diferentes tonos de verdes intensos, sin paredes, sin techos bajos, ni ventanas cerradas. Aun así, lo hacía con la cabeza agachada, mirando mis pies y deseando estar en cualquier otra parte, fuera del mismo camino de siempre; aburrida de la rutina y de observar las flores con tal variedad de colores, pero todos ya memorizados. 

Siempre he creído ser una persona soñadora, a la que le gusta volar lo más alto posible y sin correas que la aten; por ello, desde pequeña he sentido que vivía encerrada en una persona que cumple los estándares, porque debe hacerlo, una persona que sigue los horarios impuestos, intentado hacerlos suyos, y una persona que, sobre todo, quería escapar por cada poro de esa jaula de carne para ser quien de verdad era. Pero nunca lo hice. Y por una muy buena razón. 

Las personas. Las personas, son algo tan indispensable. Hay muchos tipos de personas en el mundo, las que sonríen a un extraño al cruzar la calle, las que te dejan pasar con tu barra de pan en la cola del súper, las personas con las que cruzas miradas en el bus e imaginas un preciosa historia de amor hasta la siguiente parada; o las que a mí personalmente más me gustan, aquellas que sin poder evitarlo se marcan algún baile en medio de la calle al escuchar su canción favorita camino al trabajo. Sean como sean, siguen siendo desconocidos para mí, por suerte o por desgracia, pero a los que yo he tenido la suerte de conocer, son la verdadera razón de esa lucha interna que alimenta el insomnio. La familia, es ese grupo de personas que dejan que vueles libre y sin correas estés donde estés, que te hace sentir que el hogar no es un sitio concreto, sino cualquiera en el que ellos te acompañen. La familia, son personas a las que sí conoces y a las que has dejado conocer cada pedacito de ti, para mí la familia no termina en la sangre y nunca lo hará, porque esos amigos que se convierten en hermanos, son familia que tú has elegido para sostenerlos cuando lo necesiten y para derrumbarte a sus pies cuando seas tú al que no le queden fuerzas.

Eran mis flores de incontables colores y formas, a las cuales creía admirar lo suficiente, pero que ahora me doy cuenta de que mi nariz acostumbrada a su olor y mi piel a su contacto, les echan de menos más que nunca.

Los pájaros que antes escuchaba cantar, parecen haberse multiplicado por el reducido espacio. Hay cantos que animan al progreso, a avivar el paso y acabar corriendo ladera abajo con una sonrisa de oreja a oreja, melodías que al caer te sirven de punto de apoyo para levantarte, sacudirte el polvo y volver a la acción. Esos son los pájaros que no puedes permitirte perder o dejar de escuchar, porque los cuervos siempre intentarán apagarlos. Estos ahora, son más que nunca, y sus graznidos surten el efecto contrario a las armoniosas melodías, algunos los llaman demonios, yo los llamo cuervos. 

Todos tenemos cuervos en nuestras cabezas, algunos consiguen callarlos mejor que otros o aprenden a no escuchar sus gritos y centrarse en los cantos buenos; de una forma u otra, esa rutina de la que he querido escapar, también me ha ayudado a aplacarlos, incluso sin darme cuenta. Quizá ese es otro motivo por el que nunca hui, porque en el fondo sabía que me hacía bien, esa rutina llenaba mi pradera de flores, carreras y cosas por hacer, consiguiendo que mi mente concentrara sus fuerzas en todas esas pequeñas acciones y personas. Sin embargo, ahora al no poder parar a oler esas flores, o correr por los verdes caminos, solo me queda sentarme a escuchar. 

Escucho incongruencias, melodías que me hacen sentir segura de mí misma y que alimentan el amor propio; pero también, pensamientos que vienen desde muy atrás en el tiempo, que surgieron en momentos concretos del pasado y que nunca creí que fueran a perdurar tanto en mi cabeza. Por ellos, surgen miedos, odio y desprecio en una dirección que nunca será la correcta, y a pesar de saber eso es inevitable sentarme a escuchar.

Las melodías sutiles y llenas de vida no siempre se vinculan a mí, también cantan fragmentos por la razón principal, las personas. Crean canciones de letras mágicas, que ojalá todos llegaran a escuchar, hacen rimas con sonrisas, valores y gratitud, basándose en respeto y empatía. Respeto y empatía. Dos simples palabras con significados tan complejos, pero que para mí son la base de una buena flor. Tratarnos como iguales, conectar con otros al nivel de poder sentir lo que ellos siente, de poder llorar cuando ellos lloren, o de reír cuando ellos lo hagan, me parece tan mágico, que lucharé porque esas canciones lleguen a los oídos de todos y cerraré los ojos rogando porque lo vivan como yo lo hago, que lo sientan como yo lo siento; llenándose de ganas por hacer feliz y un poquito mejor al mundo que nos rodea.

Puede que aquí, encontremos una tercera buena razón; ver con nuestros propios ojos un acto de amor, un acto de sinceridad y cariño, debe llenarnos por dentro y animarnos a seguir la cadena. Ahora más que nunca.

No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, y no supe lo que amaba mi pequeño prado verde hasta que no pude estar en él. No quiere decir que no siga soñando con volar muy lejos y descubrir nuevos prados, bosques y montañas; no quiere decir que no quiera conocer otra infinidad de flores de más colores y figuras; sigo luchando por espantar a los cuervos, pero quizá nuevas melodías ayuden a crear el arma lo suficientemente fuerte para echarlos. Y por supuesto, quiero llevar la cadena a todos los rincones del mundo posibles, y ver como todavía hay esperanza para todos, como todavía podemos confiar en cada uno de nosotros.

Sin embargo, tampoco quiero seguir perdiendo el tiempo, no quiero arrepentirme de no haber hecho algo, de no haber dicho algo o incluso, de no haber dado ese abrazo que no di por confiar que habría otro momento mejor. Voy a volcarme de lleno, en cuidar mis flores para que crezcan tanto por fuera, en color y tamaño, como por dentro, en conocimiento y corazón; voy a darlo todo por intentar ser la melodía que da fuerzas a alguien, por que al menos pueda callar a los cuervos que atormentan a otros.

Cada instante que vivimos, es el mejor momento para hacer eso que pasa por nuestra cabeza. Todos debemos aprender de esto, todos debemos encontrar nuestro propio prado en el que saber que vale la pena y que valen la pena.

Por todo esto, un día volveré a correr entre esos verdes intensos, esas flores llenas de vida y esos pájaros cantarines.

Pero ese no volverá a ser el mismo prado de siempre.

Porque yo no seré la misma de siempre.


CLARA VAQUERA ILLESCAS - 1º BACHILLERATO C

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