A sus 18
años recién cumplidos, Amanda es una de las jóvenes que engrosa la lista de
adolescentes que han sufrido violencia de género por parte de su expareja. Con
tan sólo 14 años inicia una relación en la que la inocencia de su temprana edad
y los cinco años de ventaja de su agresor le impiden apreciar las primeras
evidencias de lo que pronto se convertiría en un «verdadero infierno». A los
pocos meses de comenzar su relación, Amanda perdió el contacto con sus amigas,
dejó a un lado sus aficiones y comenzó a vestir bajo las directrices de su
pareja para así evitar su enfado. «Constantemente intentaba evitar que
cualquiera de mis comentarios o actuaciones le enfadase, era un desgaste
emocional continuo».
Del mismo modo, el teléfono móvil y las redes sociales
de Amanda estaban constantemente controladas por su agresor que vigilaba
las llamadas y los contactos de la joven. «Una noche estuvo controlando en cada momento si me
conectaba o no para hablar con alguien», explica. Una actitud
violenta que comienza
a ser cada vez más frecuente y que lleva a Amanda a aislarse
por completo de todo su entorno «no me dejaba hablar con mi madre porque, según él, ella sólo
quería separarnos», detalla.
Sin
embargo, no fue hasta los 17 años cuando una agresión en plena calle le llevó a
reaccionar. «Comenzó a gritarme y a agredirme, recuerdo que ese día él había
consumido drogas y alguien que lo presenció llamó a la Policía y le
detuvieron», relata. En ese momento y tras pasar varios días sin tener contacto
con él, Amanda empezó a sentir que estaba siendo víctima de malos tratos. La
influencia de su madre, también víctima de la violencia machista, fue decisiva
para que Amanda terminara con la relación: «Mi madre me abrió los ojos,
continuamente me dejaba folletos e información de chicas que recibían malos
tratos de su pareja y yo me sentía completamente identificada con ellas».
Tras
poner fin a su relación, la joven comenzó a ser acosada por su agresor y el entorno de
éste, teniendo que cambiar
el número de teléfono de su casa e incluso considerar la posibilidad de
mudarse a otra ciudad. «Se te pasa por la cabeza marcharte a otro país, empezar
de nuevo y así no tener que salir a la calle con miedo a que esté
esperándome», confiesa.
Una semana después, Amanda acude a la Asociación Mujeres
Supervivientes de Violencias de Género animada por su madre, y es en ese momento cuando la
vida de la adolescente cambia por completo. «El equipo de psicólogas y el apoyo
del resto de mujeres me hicieron recuperar mi autoestima y darme
cuenta de que no merecía lo que me había ocurrido, algo que hasta el momento,
era incapaz de asimilar». Ahora, un año después, Amanda tiene una nueva vida y ha retomado sus
estudios a la vez que forma parte del equipo de voluntariado del centro, ayudando
en actividades sociales —acudiendo a comedores benéficos—, participando en
talleres de fotografía y sirviendo de ejemplo para muchas chicas que acuden en
su misma situación a la asociación. «Ahora soy yo la que decide lo que quiero o
no hacer y he vuelto a disfrutar siendo yo misma.»
(Fuente: diario ABC de Sevilla, 23 de agosto de 2015)