domingo, 20 de noviembre de 2022

El poema de la semana (LXIII)

Esta semana os traemos unos versos escritos hace cuatro siglos por Sor Juana Inés de la Cruz y que bien nos podrían servir para describir las redes sociales de hoy en día.



Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.

A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.

El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que esta alegre se burla
de ver al triste penando.

Los dos filósofos griegos
bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.

Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.

Antes, en sus dos banderas
el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual el bando.

Uno dice que de risa
sólo es digno el mundo vario;
y otro, que sus infortunios
son sólo para llorados.

Para todo se halla prueba
y razón en qué fundarlo;
y no hay razón para nada,
de haber razón para tanto.

Conocida como la «Décima musa y Fénix de México», sor Juana Inés de la Cruz brilló en su época por su erudición y aguda inteligencia. Su obra supuso el cénit de la poesía barroca y fue precursora de muchas de las inquietudes que la Ilustración difundió el siglo siguiente.
Una niña prodigio obsesionada con aprender

Su nombre real era Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana; no se sabe con certeza su fecha de nacimiento puesto que, a pesar del acta de bautismo de una niña con el mismo nombre en 1648, el padre Diego Calleja, quien realizó la primera aproximación biográfica de la escritora, ofrece como fecha 1651.

El hecho de ser hija natural, algo frecuente en la época, no parece haber supuesto un problema especialmente serio para la autora; al revés, parece que este hecho dotó de más fuerte personalidad tanto a la autora como a su madre y hermanas. Octavio Paz señala que la sociedad hispanoamericana era bastante permisiva en las relaciones ilícitas.

La mayor parte de los datos relativos a su infancia nos los cuenta la misma sor Juana Inés en su Respuesta a sor Filotea. Allí nos refiere su obsesión por el saber, como demuestra el hecho de convencer, con tres años, a la maestra de una de sus hermanas para que le enseñara a leer.  Aprendió enseguida a leer y a escribir y a los ocho años ya compuso su primera loa.

Hacia 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Apenas contaba 14 años cuando, impresionados todos por su talento y precocidad, pasó a ser dama de honor de la virreina recién llegada, Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Aprendió latín en tan solo veinte lecciones  con Martín de Olivas (a quien dedicó su poema «Máquinas primas de su ingenio agudo»). Podéis ver hasta qué punto llegaba la exigencia de sor Juana en este fragmento de la Respuesta a sor Filotea, donde cuenta cómo aprendió latín:

«Empecé a aprender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres –y más en tan florida juventud– es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o tal cosa que me había propuesto aprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. Sucedía así que él crecía y yo no sabía lo propuesto, porque el pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio, y con efecto le cortaba en pena de la rudeza: que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno.»

La entrada en el convento en busca del «sosegado silencio de mis libros»

A pesar de la fama que ya tenía Juana Inés, en 1667 ingresó en un convento de las Carmelitas descalzas de México, al parecer invitada por su confesor, el poderoso jesuita Antonio Núñez de Miranda. Sin embargo, solo estuvo cuatro meses y lo abandonó por problemas de salud. Dos años después ingresó en un convento de la Orden de San Jerónimo, donde realizó los votos perpetuos y permaneció el resto de su vida. En su Respuesta indicaba: “Entréme religiosa porque para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”.

En estos años fue clave la presencia del padre Núñez —confesor a su vez de los virreyes— quien animó a Juana Inés a entrar religiosa e incluso corrió con los gastos de la fiesta de su profesión (24 de febrero de 1669). Pedro Velázquez de la Cadena proporcionó la dote y narra González Obregón (Méjico Viejo) que “recibió el velo de manos del canónigo Don Antonio de Cárdenas y Salazar”.

Entre el abandono de las carmelitas y la elección de las jerónimas, regresó a la Corte unos meses. Fue en ese momento cuando tuvo lugar la anécdota que relató el marqués de Mancera y que recoge Calleja (Fama y obras póstumas): el virrey reunió en 1668 a los cuarenta hombres más sabios de Nueva España para que la examinaran y dictaminaran si su sabiduría era adquirida o natural “y atestigua el señor Marqués […] que a la manera que un galeón real […] se defendería de pocas chalupas, que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas”.

Unos conventos no tan silenciosos…

La reclusión de sor Juana en el convento de las jerónimas no suponía necesariamente una vida de pobreza y oración. Las celdas de las monjas jerónimas eran como pequeños apartamentos de dos pisos con una cocina y una sala. Para su cuidado se permitía a las monjas tener esclavas, como indica un documento en el que sor Juana vendió a una hermana su esclava mulata, Juana de San José. El provincial franciscano fray Mateo de Herrera quiso limitar el número de sirvientas en los conventos y fracasó al oponerse las monjas, que llegaron a acudir a la Real Audiencia.

Aparte de estos lujos, la vida en el convento para sor Juana una oportunidad de poder dedicarse a leer y estudiar:

«Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros


Pero el sosegado silencio de sus libros se vio acompañado a menudo por la conversación con escritores, poetas y filósofos que  convirtieron la celda de sor Juana en un punto de encuentro y de reunión. En ella también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca con más de 4.000 volúmenes gracias a los cuales adquirió conocimientos de teología, astronomía, pintura, lenguas, filosofía,… y hasta compuso obras musicales.

Durante una década sor Juana Inés de la Cruz aprendió rodeada de lo más granado de la cultura mexicana masculina y poco a poco moldeó su estilo de escritura, que varió de lo filosóficamente serio a lo irreverentemente cómico, muy al límite de lo profano. Escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.

En este video tenéis una minibiografía de Sor Juana Inés de la Cruz y si queréis conocer más de su obra pincha AQUÍ



En Netflix podéis encontrar una miniserie de 7 capítulos titulada Juana Inés.



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